En Varena un día me embarcaron en un ataúd de madera y me enviaron a navegar el mar de la muerte. En el avenimiento de los cortejos suelen llevar flores de sal al muelle de mi tumba con la ilusión, acaso inocente, de un regreso que jamás podré engendrar.
La compasión les amoneda el ánimo e insisten en sus cuidados porque recuerdan que yo, cuando ellos, a veces ocupaba todo mi cuerpo y, si alcanzaba, también dejaba un pequeño lugar para mí.
Pero fue la ignorancia quien me enseñó los mejores saberes de la vida. Es una pena comprenderlo en la muerte, en la eternidad inútil de esta barca, ahora que estoy desnuda, despojada del cuerpo de mí.
La compasión les amoneda el ánimo e insisten en sus cuidados porque recuerdan que yo, cuando ellos, a veces ocupaba todo mi cuerpo y, si alcanzaba, también dejaba un pequeño lugar para mí.
Pero fue la ignorancia quien me enseñó los mejores saberes de la vida. Es una pena comprenderlo en la muerte, en la eternidad inútil de esta barca, ahora que estoy desnuda, despojada del cuerpo de mí.
[Mojijova, Varena. Teatro de Cuentos. Acto XXII. Escena 9]