En Varena un día me embarcaron en un ataúd de madera y me enviaron a navegar el mar de la muerte. En el avenimiento de los cortejos suelen llevar flores de sal al muelle de mi tumba con la ilusión, acaso inocente, de un regreso que jamás podré engendrar.
La compasión les amoneda el ánimo e insisten en sus cuidados porque recuerdan que yo, cuando ellos, a veces ocupaba todo mi cuerpo y, si alcanzaba, también dejaba un pequeño lugar para mí.
Pero fue la ignorancia quien me enseñó los mejores saberes de la vida. Es una pena comprenderlo en la muerte, en la eternidad inútil de esta barca, ahora que estoy desnuda, despojada del cuerpo de mí.
La compasión les amoneda el ánimo e insisten en sus cuidados porque recuerdan que yo, cuando ellos, a veces ocupaba todo mi cuerpo y, si alcanzaba, también dejaba un pequeño lugar para mí.
Pero fue la ignorancia quien me enseñó los mejores saberes de la vida. Es una pena comprenderlo en la muerte, en la eternidad inútil de esta barca, ahora que estoy desnuda, despojada del cuerpo de mí.
[Mojijova, Varena. Teatro de Cuentos. Acto XXII. Escena 9]
1 comentario:
Las hormigas del desierto asoman desde las profundidades y se lanzan a los arenales.
Buscan comida por aquí, por allá; y en sus andanzas se van apartando de su casa más y más.
Mucho después regresan, desde lejos, cargando a duras penas los alimentos que han encontrado donde nada había.
El desierto se burla de los mapas. La arena, revuelta por el viento, nunca está donde estaba. En esa ardiente inmensidad, cualquiera se pierde. Pero las hormigas recorren el camino más corto hacia su casa. Marchando en línea recta, sin vacilar, vuelven al exacto punto de salida, y excavan hasta encontrar el minúsculo orificio que conduce a su hormiguero. Jamás confunden el rumbo, ni se meten en agujero ajeno.
Nadie entiende cómo pueden saber tanto...........estos cerebritos que pesan un miligramo.
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