PRÓLOGOS DEL DESEO Y LA PALABRA


TEATRO DE CUENTOS
/ ACTO XXXV
¿Qué islas llevar a un libro desierto?

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Escena 19
"PRÓLOGOS DEL DESEO Y LA PALABRA"

Franz Kafka

Gabino Sosa

Benedicto Espinosa





Pasadyescuchadporplis




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PALABRASCRUZADAS
[Cruce, si quiere: algunas palabras son puentes]


Estigmado señor Leto, estigmado señor Serenelli, estigmados todos: se saluda.


Esta noche, vuestro Macedonio Hernández, pseudo movilero cyrano, está sentado en algún prólogo de un libro de prólogos o, para ser más preciso, tras las bambalinas de un pequeño retablo de títeres montado en el andén de la Estación del Olvido. Para quienes aún no tienen pleno dominio de las cartografías fabularias, este lugar de la ciudad de la Rosa y del Río suele nombrarse, también, Estación Central Córdoba. Y no llegué hasta acá por accidente. Los habitantes de estos suburbios solemos padecer, por estos días, los efectos crónicos de la enfermedad de los deseos. Este padecimiento hace que la gente, sostenida por modernos calendarios festivos impuestos, pase el tiempo pidiendo y pidiendo deseos.


¿Y que hay de malo en pedir deseos? podrán inquirir ustedes. Nada, no pasa nada. Absolutamente nada. Al fin y al cabo uno no es inmune a esta pandemia. Pero ciertas noches, debo confesar, recuerdo otros instantes del camino de los años, en los cuales, los viejos vivitantes que merodeaban por las calles de mi barrio marcaron las hojas de mi alma con sus palabras: “Pedir deseos es muy fácil – me decían-, alcanza con pedir. La cuestión es distinguir entre ‘pedir’ los deseos o ‘hacer’ los deseos. Y en esta disyuntiva, pibito, entre ‘pedir o hacer’ deseos se cifra el destino de tu vida en la vida del mundo”.


Tal vez mi fracaso en los oficios de hacedor me ha llevado esta noche a rescatar del naufragio el libro intitulado “Prólogos del deseo y la palabra”, obra plasmada por una caterva de escritores cuyos nombres, por melancolía, prefiero regar de silencios.


Anuncié que me encuentro en un prólogo de este libro, dentro de un teatro de títeres fabulario. A mi lado, un trujamán, el noble “Barbetta”, apronta sus artes de presentador. Más allá de las telas fantasmales, tres espectadores resumen al respetable público que ha llegado al convite. Sentados en un banco de madera del andén están ellos: Franz Kafka, Gabino Sosa y Benedicto Espinosa.


La sala del prólogo se oscurece, un farol ferroviario ilumina al trujamán Barbetta que anuncia el porvenir en la forma del acto que se nombra:


ATENTADO CONTRA LA DOCTRINA CLÁSICA DE LAS FÁBULAS



Público, respetable público: dicen que dicen que…

Un día cualquiera, Franz Kafka, Gabino Sosa y Benedicto Espinosa son convocados por un hombrecito que, con tono amigable y sereno, les dice:


“Durante largos años de mi vida he investigado las relaciones acaecidas entre anónimos o célebres hombres con genios y demonios. Resultado de tales encuentros pude extrapolar la siguiente proposición: los sujetos que se vieron favorecidos por tres deseos otorgados por genios de lámparas maravillosas o pactos mefistofélicos siempre malograron su oportunidad de gloria. He comprobado que, de modo irremediable, al cristalizar el tercer deseo el genio obtiene su libertad o el diablo acredita un alma nueva. Hora es de terciar en esta absurda crónica de torpezas.


Señor Kafka, señor Gabino, señor Espinosa, los he reunido para refrendar la prescripción de estos fenómenos de forma definitiva. En breves instantes frotaré esta lámpara maravillosa para que el genio llegue hasta mí como es costumbre; al mismo tiempo, desde el interior de un círculo de tiza, convocaré a Mefistófeles.

El genio me dirá: -Puedes pedir tres deseos. Y el Diablo remarcará: -Tres deseos antes de firmar un pacto de sangre.


Entonces yo diré al genio: -Primero, quiero la inmortalidad; segundo, deseo la visión del futuro; tercero, quiero tu desaparición absoluta del universo. De esta manera el genio se perderá para siempre y no perturbará mi eterno existir.


Al instante diré al Diablo: -Primero, deseo poder; segundo, quiero fortuna y tercero, deseo tres deseos más.

Sé que alguno de ustedes podrá reprocharme el no solicitar infinitos deseos en lugar de tres pero por siempre, cada vez que ante mis pies arribe Lucifer, mi tercer deseo será: -Quiero tres deseos más. En este sentido voy a mantener la tradición clásica de las fábulas, no me propongo atentar contra toda su doctrina.

Señor Espinosa, señor Gabino Sosa, señor Kafka, es momento de actuar”.


Entonces, el hombrecito frota la lámpara maravillosa. Entonces el hombrecito dibuja un círculo de tiza repitiendo las antiguas palabras mágicas del conjuro.


Y entonces, no pasa nada. Nada. Absolutamente nada. Entonces, no pasa nada.


Señores cyranos, sin más que prologar por esta noche, dejo mis palabras sobre la mesa y me despido:

Un saludo una reverencia.

Me llamo Hernández, digo, Macedonio Hernández.

Y esto, es un decir.



[EDICIÓN CYRANO, 21 DE DICIEMBRE 2008]

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