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LA PAGODA DE BABEL
PUBLICACIÓN ORAL EN EDICIÓN CYRANO
En aquella Antología de la literatura fantástica que
compilaron Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo para placer de nuestras
lecturas de juventud, aparece refugiado un pequeño texto. Ese texto será
nuestro efímero trayecto por el camino de esta noche. Y veremos si el azar nos
brinda algún que otro ensayo de pensamiento. ¿Le parece bien, compañero?
El relato en cuestión lleva por título “La Pagoda de
Babel” y es atribuido a la pluma de Gilbert Keith Chesterton, Gilberto, pa’los
amigos. El mismo que supo formular uno de los títulos más poderosos que
recuerda mi estrecha memoria: “El hombre que fue Jueves”.
Bien, pero vayamos a caminar por el texto sabiendo que
no llegaremos a ningún final pues no hay camino concluido sino camino
abandonado.
“Ese cuento del agujero en el suelo [escribe Gilberto],
que baja quién sabe hasta dónde, siempre me ha fascinado. Ahora es una leyenda
musulmana; pero no me asombraría que fuera anterior a Mahoma. Trata del sultán
Aladino; no el de la lámpara, por supuesto, pero también relacionado con genios
o con gigantes.
Dicen que ordenó a los gigantes que le erigieran una
especie de pagoda, que subiera y subiera hasta sobrepasar las estrellas. Algo
como la Torre de Babel.
[Y ahora preste atención a lo que sigue, estigmado
compañero. Dice Chesterton]:
Pero los arquitectos de la Torre de Babel eran gente
doméstica y modesta, como ratones, comparada con Aladino. Sólo querían una
torre que llegara al cielo. Aladino quería una torre que rebasara el cielo, y
se elevara encima y siguiera elevándose para siempre.
Y Dios la fulminó, y la hundió en la tierra abriendo
interminablemente un agujero, hasta que hizo un pozo sin fondo, como era la
torre sin techo.
Y por esa invertida torre de oscuridad, el alma del
soberbio Sultán se desmorona para siempre”.
Bien. ¿En qué lugar de este asunto quiero que pongan
atención?
Les digo. En la ambición de construir torres como
argumento de deseo o de poder, en la calidad de sus hacedores y en las
consecuencias de tales ambiciones.
La Pagoda de Babel, referida por Chesterton, nos
cuenta que la construcción no sólo quería llegar al cielo sino que buscaba
superar ese sitio. Los constructores de
la Pagoda tenían cualidades sobrehumanas: un sultán (que no es moco’e pavo) y
un número indeterminado de gigantes.
Vayamos ahora a nuestra arquetípica Torre de Babel. En
este caso, el destino buscado ya es de orden menor: llegar nada más que hasta
el cielo, y sus hacedores descienden a la categoría humana. Gilberto los
define: “Pero los arquitectos de la Torre de Babel eran gente doméstica y
modesta, como ratones, comparada con Aladino”.
El tiempo pasó, vaya novedad. Pero nuestra intención
de llegar a los cielos permanece intacta. Nuestros deseos y nuestras ambiciones
siguen construyendo torres.
¿Qué nos distingue de aquella gente doméstica y
modesta, de aquellos ratones que erigieron una torre en Babel?
Pues es fácil de postular: Ellos trabajaron juntos.
Eran una comunidad, los deseos y las ambiciones eran compartidos. Aquella humanidad
era legión”.
Nosotros, en estos días, apenas si atendemos deseos
personales y nuestros proyectos parecen ocupar el mísero espacio de ombligos
narcisos.
Por eso nuestras torres son insignificantes, pequeños
tumultos que naufragan por las calles de la ciudad.
Mas el obrar de Dios se mantiene imperturbable. ¿Así
que andan haciendo torres? Hagan nomás, que yo las hundo en la tierra.
El obrar del gran arquitecto hizo de La Pagoda de
Babel un pozo infinito por el que aún sigue cayendo el sultán Aladino. La torre
de Babel se transformó en un pozo que las aguas del mar inundaron en Babilonia.
¿Y qué hay de nuestras torres… a veces tan egoístas,
tan acotadas a nuestro universo personal?
Pues ahí las tienen, hechas pozos, diseminadas por las
calles de la ciudad.
Porque es obra de Dios, dicen los profetas y los
poetas, y no de Aguas Santafesinas SA el impresionante número de pozos que
abren sus fauces en las calles de Rosario.
Dicen que Dios hunde en pozos nuestros deseos de
llegar al cielo. Y que Aguas Santafesinas SA sencillamente hace negocios con la
obra de Dios.
¿Y por qué razones este Dios de la humanidad se empeña
en enterrar nuestros deseos de cielo? ¿Por qué arcano sentido hace pozo nuestro
anhelo de torres?
Dejo estas preguntas sobre la mesa de vuestra
imaginación.
Pero intuyo, algunas veces, una respuesta plausible.
La humanidad es de humus, y la incumbencia de sus
deseos y ambiciones debe permanecer en tal materia.
Y además, no todos los pozos implican el hundimiento
de nuestras miserias y mezquindades, la evidencia de nuestro egoísmo, la
permanente intención de elevar soberbia sobre el prójimo. Para tales casos, la
empresa de aguas suministra un corralito, icono contundente para los oficios
históricos de nuestra hipocresía.
Hay también algunos pozos para el refugio de nuestras
ilusiones y porfías, algunos pozos que nos rodean del humus necesario para
recordar que de humanidad somos. Y quién les dice, por ahí tanto pozo solitario
termine construyendo un canal que vuelva a unir nuestras vidas.
Y en ellos, a decir del viejo Pablo, hasta podríamos
recordar que el amor es una pala en las manos del almanuestra:
“A
veces te hundes, caes en tu agujero de silencio,
en
tu abismo de cólera orgullosa, y apenas puedes volver,
aún
con jirones de lo que hallaste
en
la profundidad de tu existencia.
Amor
mío, qué encuentras en tu pozo cerrado?
Algas,
ciénagas, rocas?
Qué
ves con ojos ciegos, rencorosa y herida?
Sonríeme
radiosa si mi boca te hiere.
No
te hieras en mí, que será inútil,
no
me hieras a mí porque te hieres”.
Y ya está por esta noche. Dadme un punto de apoyo, y
una pala, que quiero mover el mundo.
B A B E L B A B E L
el que lo encuentra es bara él
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