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Floating down through the clouds
Memories come rushing up to meet me now.
In the space between the heavens
and in the corner of some foreign field
I had a dream.
I had a dream.
Good-bye Max.
Good-bye Ma.
After the service when you're walking slowly to the car
And the silver in her hair shines in the cold November air
You hear the tolling bell
And touch the silk in your lapel
And as the tear drops rise to meet the comfort of the band
You take her frail hand
And hold on to the dream.
A place to stay
"Oi! A real one ..."
Enough to eat
Somewhere old heroes shuffle safely down the street
Where you can speak out loud
About your doubts and fears
And what's more no-one ever disappears
You never hear their standard issue kicking in your door.
You can relax on both sides of the tracks
And maniacs don't blow holes in bandsmen by remote control
And everyone has recourse to the law
And no-one kills the children anymore.
And no one kills the children anymore.
Night after night
Going round and round my brain
His dream is driving me insane.
In the corner of some foreign field
The gunner sleeps tonight.
What's done is done.
We cannot just write off his final scene.
Take heed of his dream.
Take heed.
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Camino siguiendo los pasos que inventa Macedonio Hernández. Me detengo y observo. Macedonio lee un libro. Sé, por artilugios de narrador, que el libro es "No toda es vigilia la de los ojos abiertos". Macedonio también se detiene e inventa lo que usted verá alguna vez. Macedonio Hernández observa al otro Macedonio, al del libro. El otro Macedonio inventa "un padre y un niño de doce años que pasean al borde del mar". Los dos vemos al otro Macedonio cuando observa "al niño que, en un impulso por alcanzar una mariposa, se desprende de la mano del padre y resbala al mar". El otro Macedonio, sabedor del pasado ilusorio, revela lo que ha sido: "El padre se lanza al agua y logra asir al niño por los cabellos y retenerlo, pero muy poco nadador y molestado por la ropa pronto está extenuado y húndese, se ahoga y suelta los cabellos del niño. Perecen los dos".
Macedonio Hernández sigue los pasos del otro Macedonio. Se detiene y observa. El otro Macedonio se desune del mar pensando: "Nunca sucederá, en el minuto inmediato y en todo el futuro, que ese niño logre comunicarse al padre, decirle: -Padre mío, ¿cómo es que me soltaste de la mano? ¿Es que ya no me querías?"
Los dos Macedonios ya se han ido, el uno a las vías del desierto, el otro a las páginas del libro donde ha cifrado: "Cesar eternamente la personalidad del padre sin poder decir al hijo que no esté en él el horror de creer que su padre lo dejó morir, qué tormento en el padre, qué desmayo en el hijo de toda fe en su padre. No lo puedo creer".
Los dos Macedonios ya se han ido. Yo continúo en el borde del mar, inmóvil, en el borde del mar.
El padre y el hijo ya se han ido. Yo continúo en el borde del mar mirando, azorado, esa mariposa. Esa mariposa que permanece inmóvil en el aire y en el tiempo. Yo sigo observando esa mariposa que ha inventado un horror y que, petrificada por el espanto, cargará la eterna responsabilidad de un instante.
Porque cuando ya no estemos, porque cuando ya ni el mar exista, esa mariposa seguirá flameando estática sobre el invento de los relatos.
(Teatro de Cuentos. Acto XXIII)
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