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Casi todas las noches ingresan a la sala.
En lugar de butacas hay camas.
Se acuestan.
Mengua la luz.
Llega el contador de cuentos.
Cuenta los cuentos en la oscuridad hasta que todos se duermen.
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Recién entonces termina la función y el contador de cuentos ocupa la cama que le fuera asignada.
La función concluye sin aplausos.
Resta imaginar quién induce el sueño a nuestro contador de cuentos.
Este es el modo en que concibo el Teatro de Cuentos y es también la forma que asume, en mi estancia, la sala de enfermos terminales del Hospital de Ningunaparte.
En ambos casos y por distintas razones, llegado el nuevo día, no se sirven desayunos en la sala.
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