MACEDONIO Y BONIFACIO LASTRA

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MACEDONIO Y BONIFACIO LASTRA
Edición Cyrano despachó a su movilero hasta Italia,
más precisamente hasta Italia y la vía.

Estigmado señor Leto, estigmado señor Serenelli, estigmados todos: se saluda.

Heme aquí, nomás: en Italia y la vía. ¿Y qué avatares traen a este movilero Cyrano hasta Italia y la vía? Paso a crónica parlante.
Cualquier ambulante que ronde por esta encrucijada de asfalto y acero podrá descubrir, a los costados de la vía férrea, dos cortadas que penetran hacia el corazón de la manzana urbana y que, al llegar a su centro, se truncan.
Son dos callejuelas sin salida y esta cualidad de conclusión abrupta no un capricho topográfico sino una estrategia primordial: pues nadie utiliza callejones sin salida como senda de tránsito hacia algún lugar. Por ende, sólo ingresan en estos pasadizos quienes a ellos se destinan.

Ocurre que por estas cortadas inconclusas es factible entrar y salir de una de las tantas ciudades que se bifurcan hacia otras dimensiones del universo. Estos callejones conducen, oyentes de alma cyrana, hasta la ciudad de Obnúbila. En algún futuro, bajo el azar de otras coordenadas, quizás tal vez acaso nos aventuremos en los dominios de esta metrópoli. Pero esta noche es esta noche y es menester fabular acerca de las cortadas de Italia y la vía. El lugar, queridos amigos, es compartido por vecinos de la ciudad de Rosario y de la ciudad de Obnúbila pero cada uno de ellos ignora la existencia del otro; los rosarinos nada saben de Obnúbila y los obnubilados ignoran todo acerca de Rosario. Esta mutua omisión sólo incumbe a los hombres pues, los gatos, los perros y algunas mujeres que pueblan las callejuelas tienen total percepción de ambos continentes. Lo mismo ocurre con quienes devenimos del prodigio accidental de las ficciones.

Bien. En una de las cortadas de Italia y la vía, en las comarcas que pertenecen a Obnúbila, vive quien ha de dar razón a esta crónica móvil radiofónica. Me refiero al vecino Bonifacio Lastra. Sé que el amigo Bonifacio supo ser morador del territorio nacional argentino pero ignoro casi por completo ese pasado de historia canónica. Cierto es que conocí a Bonifacio Lastra allá por el año 1986, cuando una tarde de sábado llegó a una de nuestras Bibliotecas Fabularias con un librito de cuentos en el bolsillo de su gabán. Andaba buscando casa y trabajo. Tras varios experimentos terminó alojado en una vivienda de la cortada donde la Comisión de Mitómanos desarrollaba tareas para el periódico de Obnúbila. Desde entonces Bonifacio colabora en la sección “necrológicas” de la publicación. Quienes hayan tenido el honor de leer la obra de Lastra comprenderán cabalmente el vínculo profesional con las artes funerarias. Para los que deseen corroborar este punto puedo sugerir la lectura de “El prestidigitador” que fue el libro que Bonifacio presentara a LaFabularia la tarde en que llegó, allá en el año que se cuenta 1986.

La cosa del oficio informativo es así: La redacción de necrológicas del periódico de Obnúbila, asignada a la Comisión de Mitómanos y a Bonifacio Lastra, tiene por misión la confección del parte diario de difuntos.
Este parte diario de difuntos se expone, cada mañana, en los muros del correo público.
Por tal motivo editorial, cuando uno aparece en la nómina tiene tiempo hasta la noche para morirse.

Pero más allá de estos servicios comunitarios, Bonifacio se ocupa de alquilar el umbral de su casa a quienes necesiten de él, me refiero a todos los obnubilados que anden necesitados de un umbral.

“Un momento”, podrán decir ustedes “¿Y para qué alguien puede necesitar un umbral?”

Señores míos, quién de nosotros no anheló más de una noche peripatética un umbral donde mitigar la espera, un umbral donde fraguar el encuentro amoroso con la dama de ensueños, un umbral donde hallar el lugar justo para pensar la noche y el silencio.

Todos estos usos pueden verificarse en el umbral de la casa de Bonifacio Lastra.

Pero en términos estadísticos hay una demanda de umbral que supera largamente a las nombradas. Muchos obnubilados, y doy testimonio de ello, muchos obnubilados llegan hasta la cortada de Italia y la vía para alquilar el umbral de Bonifacio al sólo efecto de ver pasar el cadáver de su enemigo.

Así es estigmados míos, sentarse en el umbral a ver pasar el cadáver de nuestro enemigo. La visión que se obtiene no necesariamente es contemporánea al suceso de muerte. Ver pasar el cadáver de nuestro enemigo no significa que nuestro enemigo ya esté muerto. En realidad, quienes llegan hasta el umbral de Bonifacio, lo hacen más que nada para descubrir a su enemigo, para saber quién es el enemigo que talla oscuridades sobre el efímero relato de nuestras vidas.

Por muchos años Bonifacio me tentó para que me sentara en umbral de su casa y por muchos años me negué al convite. “Todos tenemos enemigos amigo Macedonio, me decía el muy gualichero, puede ser útil conocer su identidad. O es que usted, viejo patético, teme que el tren de cadáveres, en su caso, sea interminable”. Los dos sabemos, desde siempre que esa idea es falaz, me refiero al tren interminable de enemigos. “Nadie se molesta por nosotros Bonifacio, tal vez, si llego a sentarme en el umbral de su casa nadie acuda a la cita”. Pero los dos sabemos a ciencia cierta la verdad. Y debo admitir que una noche de domingo me senté en el umbral para certificar mis ficciones. Es más, cada vez que la soledad me obnubila, vuelvo a sentarme en el umbral de esa casa, en esa cortada de Italia y la vía, a ver pasar el cadáver de mi enemigo. Cada vez que el desamparo y la melancolía me muerden las tripas, me siento en ese umbral a verme pasar.
Entonces me levanto, camino hacia el centro del callejón sin salida y me abrazo a mí mismo, me abrazo a mi único enemigo, me abrazo a mí como el cielo a la nada. Y después nos vamos juntos, a emborracharnos de madrugada y cuentos, a celebrar fabulaciones de tanto fracaso exitoso en este mundo.

Perdón, he llegado al umbral. Ya es hora de despedirme.
Un saludo
Una reverencia
Me llamo Hernández digo, Macedonio Hernández.
Y esto es un decir.




EDICIÓN CYRANO
[DOMINGO 12 DE JULIO DE 2009]



¿Qué leves ánimas pueblan la noche del domingo?
¿Qué amores redimidos buscan refugio en las plazas desiertas?
¿Quiénes, en los abismos de una calle, fabulan lo que no ha sido?
¿Dónde se reúnen los sueños huérfanos de soñadores?

Cuando algunos domingos precipitan hacia el centro de la noche,
Macedonio Hernández mueve el alma de sus pasos
y regresa para contarnos…



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