pasadyescuchadporplis
Edición Cyrano despachó a su movilero al cuarto oscuro.
Estigmado señor Leto, estigmado señor Serenelli, estigmados todos: se saluda.
A ver, cómo les cuento.
Esta noche, este movilero cyrano iba a representar ante ustedes la odisea vivida en el camino que lo llevó hasta el cuarto oscuro eleccionario. Esta noche iba a dar alguna luz trémula a la pregunta ¿por qué es oscuro el cuarto oscuro si el cuarto oscuro debe estar, necesariamente, iluminado? Esta noche iba a transferir a vuestros dominios una colección de lecturas que daban sentido al interrogante ¿Qué es entonces lo oscuro del cuarto oscuro?
Pero tal vez tanta lectura da causalidad al decir de un homo sapiens de esta aldea: “leer te llena la cabeza de palabras”. Y por ahí es verdadero el eslogan vende-libros “leer te llena la cabeza de palabras”. Es como dice el Schopenhauer: “Cuando leemos, otro piensa por nosotros”, por ahí leer es como la tele, viste? te llena la cabeza y no deja ni el menor lugar para un pensamiento propio.
Y para completar el asunto esta noche yo quería jugar como juegan los pibes en las calles del barrio. Pero a lo mejor también es verdad lo que afirman los vendedores de jabón de baja espuma: jugar ya no es lo importante, lo importante en estos tiempos es lo sucio, “porque ensuciarse hace bien”. “Porque ensuciarse hace bien” publicitan los vendedores de jabón “alamático”, porque sólo lo sucio conduce al bien vivir.
A ver, cómo les cuento.
Los vientos me han dejado, náufrago y desnudo, frente al canto de las sirenas, y estos fetiches del bestiario mediático me han dislocado el alma.
Porque en verdad, mis amigos, el agobio y la desolación están aplastando mi vida.
A ver, cómo les cuento.
Estoy podrido, repodrido, de tanto fin del mundo. Estoy podrido, recontramil podrido, de padecer el canto de los espantos mediáticos. Entonces, en un acto egocéntrico e inútil, voy a dejar (por unos minutos) que todos los apocalipsis programados para esta semana se vayan al diablo.
Y si en virtud de un leve milagro de azar hay alguien escuchando, quiero que sepa que estoy ahora sentado en el sillón de los cuentos, que invité a todas las ánimas que pueblan mi biblioteca a sentarse conmigo, que estoy fumando un cigarrillo, que hay un vaso de vino en mi mano siniestra y que he dejado de llorar por un momento.
Si hay alguien escuchando, quiero que sepa que voy a pedirle a un viejo maestro de letras, a un compañero de fabulaciones perdidas, que cuente un cuento que me deje dormir, al menos, esta noche.
Mucho me gustaría que, si alguien está escuchando, pare un segundo. Eso es, ahora busque una silla y siéntese frente a una ventana porque lo invito al sueño de un sueño.
Porque un viejo maestro de letras, ahora, me cuenta: “El emperador –se rumorea- te ha enviado un mensaje personal a vos, el solitario, el más miserable de sus súbditos, la sombra que ha huido a la más distante lejanía, insignificante sombra que se inclina ante el sol imperial. Sólo para vos envió un mensaje el Emperador desde su lecho de muerte. Ordenó al mensajero que se arrodillara en el piso, a un lado del lecho, y le susurró el mensaje. Tan importante lo consideraba el Emperador, que ordenó al mensajero que se lo repitiera al oído en otro susurro. Con un movimiento de cabeza, le confirmó que estaba bien. Y ante la muchedumbre reunida para contemplar su muerte (todos los muros que obstruían la vista habían sido derribados, y sobre espaciosas y altas gradas lo rodeaban en círculo los grandes príncipes del Imperio), ante todos ellos, ordenó al mensajero que partiera. El mensajero emprendió viaje en el acto. Era un hombre de gran fuerza, infatigable. Se abre paso entre la multitud, empujando con sus brazos; si alguien le opone resistencia, sólo señala su pecho, donde rutila el símbolo del sol. Por lo demás, el camino le resulta más fácil a él de lo que le resultaría a cualquier otro hombre. Pero las multitudes son innumerables; la cantidad de hombres que la integran es infinita. Ah, si sólo pudiera alcanzar campo abierto, con cuánta rapidez avanzaría; sin duda pronto escucharías el golpe de sus puños contra tu puerta. Pero no es esto lo que logra, y vanamente desgasta sus fuerzas; si todavía no está haciendo otra cosa que tratar de abrirse camino a través de las salas del palacio central. Nunca llegará al final de éstas, y aunque lo lograra nada ganaría con ello: todavía tendría que luchar por abrirse camino escaleras abajo; y aun si lo lograra, nada ganaría con ello; le faltaría todavía atravesar los patios; y atravesados los patios le quedaría el segundo palacio, que rodea al central; y correspondientemente nuevas escaleras y patios; y después de ellos, otro palacio, y así siempre, siempre, durante miles de años; y aún si al fin irrumpiera a través de la última salida (pero jamás, jamás podría esto suceder) se encontraría frente a la capital imperial, el centro del mundo, colmado hasta estallar por sus propios desperdicios. Nadie sería capaz de abrirse paso a través de esto, y menos aún un hombre que lleva el mensaje de un muerto. Pero cuando cae la noche, vos te sentás ante tu ventana, y lo soñás”.
Escuchá otra vez: Pero cuando cae la noche, vos te sentás ante tu ventana, y lo soñás; y lo soñás, y lo soñás…
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Nota del Editor: El viejo maestro de letras es Franz Kafka; el cuento que cuenta suele titularse “Un Mensaje Imperial” fechado, según J. Rottner, en 1917. Dicho texto aparece en la obra “Un Médico Rural”.
EDICIÓN CYRANO
[DOMINGO 28 DE JUNIO DE 2009]
[DOMINGO 28 DE JUNIO DE 2009]
¿Qué leves ánimas pueblan la noche del domingo?
¿Qué amores redimidos buscan refugio en las plazas desiertas?
¿Quiénes, en los abismos de una calle, fabulan lo que no ha sido?
¿Dónde se reúnen los sueños huérfanos de soñadores?
Cuando algunos domingos precipitan hacia el centro de la noche,
Macedonio Hernández mueve el alma de sus pasos
y regresa para contarnos…
.
¿Qué amores redimidos buscan refugio en las plazas desiertas?
¿Quiénes, en los abismos de una calle, fabulan lo que no ha sido?
¿Dónde se reúnen los sueños huérfanos de soñadores?
Cuando algunos domingos precipitan hacia el centro de la noche,
Macedonio Hernández mueve el alma de sus pasos
y regresa para contarnos…
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